San Carlino... Soñando con lo pequeño (3)

Javier sigue obsesionado por Roma. Siempre lo ha estado, desde que la pisó por primera vez en 1979. Así que, como un humilde ladrillo, me dispongo a hacerle caso y dedicar esta entrada del blog a una de las iglesias más pequeñas del mundo, que sin embargo está considerada una de las más grandes joyas del barroco romano y la obra cumbre de su autor.

San Carlo alle Quattro Fontane, también llamada San Carlino (que se puede traducir por "San Carlitos") por sus reducidas dimensiones, es obra del gran arquitecto Francesco Borromini, le dio fama universal e influyó de forma decisiva e inequívoca en todo el barroco italiano, alemán y austríaco posterior a ella.

Francesco Borromini

Francesco Castelli nació en septiembre de 1599 en Bissone, una localidad junto al lago de Lugano, perteneciente entonces al Ducado de Lombardía y hoy parte de Suiza. Era hijo de un cantero, que pronto lo envió a Milán a estudiar y perfeccionarse en ese arte. Allí trabajará en la obra de la catedral de Il Duomo, pudiendo analizar toda la compleja evolución de ese magnífico edificio que, desde su inicio en 1386 sobre una iglesia anterior arrasada por el fuego en 1075, había acumulado una amalgama de estilos arquitectónicos diversos. Esa etapa, en la que adquiere grandes conocimientos técnicos y artísticos, marcará la personalidad de su obra posterior, sustentada sobre la geometría, las matemáticas y la técnica.

Los primeros indicios de su presencia en Roma datan de 1619, tabajando en las obras de la basílica de San Pedro como empleado y aprendiz de su tío materno Leone Gravo, maestro cantero como su padre. Ya por entonces usa el doble apellido Castelli "Bromino", que poco después cambiará definitivamente por el único de Borromini. Existen varias teorías, algunas absolutamente absurdas, del porqué de este cambio de apellido. Una apunta a que se produjo a raíz de la obra de la que vamos a hablar, dedicada a San Carlos Borromeo, tomando así el apellido Borromini como deformación de Borromeo. Es una teoría elegante, pero la obra no se la encargarán hasta 1633 y hay constancia del uso exclusivo de su nuevo apellido hacia 1626. La teoría más plausible es que adoptó el apellido Borromini para diferenciarse de la amplia familia de canteros Castelli a la que pertenecía, deformando el apodo de su propio padre, "Bromino", que provenía a su vez del apellido del segundo marido de su abuela paterna.

Leone Gravo, tío y maestro de Borromini, era también tío de la esposa de Carlo Maderno, el arquitecto más importante en Roma en ese momento, encargado del proyecto definitivo y de la culminación de la obra de San Pedro. Maderno aprecia pronto el talento del joven y, tras la muerte del maestro cantero por una caída desde un andamio, lo toma directamente bajo su protección. El ya viejo arquitecto y el joven aprendiz trabajarán juntos de una forma muy estrecha entre 1620 y 1629, en que Carlo Maderno fallece. En esos años Borromini pasa de ser maestro cantero a ser uno de los prometedores arquitectos de Roma. Su gran esfuerzo por aprender, su absoluta dedicación a la arquitectura (obsesión en muchos momentos) y el estudio profundo de los edificios de la Roma Clásica (El Panteón y Villa Adriana), junto con la obra de Miguel Ángel, al que admira profundamente, darán como fruto una nueva y vital forma de entender la arquitectura.

Francesco Borromini entiende la arquitectura como el arte del espacio, que el edificio, como si se tratara de una concha, debe moldear. Ese lenguaje dinámico del espacio y la luz se aprecia ya en las últimas obras de Maderno, denotando que el viejo maestro dejaba libertad a su discípulo para culminarlas.

A la muerte de Maderno, sus obras inconclusas se encomiendan a Bernini y a Pietro da Cortona, quedando Borromini como ayudante, si bien respecto a ellos tiene una gran diferencia. Bernini y Pietro da Cortona son, respectivamente, un gran escultor (y en menor medida pintor) y un fantástico pintor que dedican parte de su saber artístico a la arquitectura. Borromini se dedicará de forma obsesiva únicamente a la arquitectura.

Como en otros casos, la genialidad parece ir pareja a un carácter difícil, y Borromini lo tiene. Es célibe por voluntad propia, taciturno, depresivo, hipocondríaco e irascible. Choca rápidamente con Pietro da Cortona. Sin embargo con Bernini; con el que su posterior enfrentamiento mutuo es legendario; trabajará más de tres años en el baldaquino de San Pedro. Convencido de que otros se apropian de sus logros, especialmente en lo referente a las obras del Palazzo Barberini que había trazado junto a Maderno, rompe también con Bernini.

En 1633, siendo ya muy apreciado por el cardenal Francesco Barberini; no solo por su talento, sino también por la profundidad y generosidad de su compromiso cristiano; Borromini recibe su primer encargo individual. La orden española de los Trinitarios Descalzos disponía de un minúsculo local junto al palacio del Quirinal (entonces palacio papal) en el cruce de las Cuatro Fuentes (esculpidas a finales del siglo XVI). En ese pequeño espacio debe construir, para una orden que no tiene capacidad económica alguna, un convento, un claustro y una iglesia. Borromini no solo acepta realizar el encargo de forma gratuita, sino que busca los medios económicos para llevarlo adelante. A cambio, solo exige confianza y libertad absolutas.

Tras años conteniéndose como ayudante de otros arquitectos, su creatividad y su genio estallan en esta obra. Cada esquina está impregnada de su visión revolucionaria de la arquitectura. Con materiales pobres (dadas las estrecheces económicas) como ladrillo enlucido y pintado en blanco, levantará una obra tal, que cambiará la historia de la arquitectura barroca.

Planta (Sebastiano Giannini, 1730)

En una primera fase (1634-1637) se levantan el convento y el claustro. Este último es rectangular, con todas sus esquinas rematadas con planos convexos y columnas simples pareadas. En el centro existe un pozo cuyo brocal también diseñó Borromini. El dinamisno del espacio hace que el espectador no perciba su minúsculo tamaño y avanza lo que, en mayor medida, sucederá en la iglesia. Esta se ejecutará en una segunda fase (1638-1641). La fachada no se levantará hasta el período (1666-1668) siendo acabada por Bernardo Castelli, sobrino de Borromini, por la muerte de este en agosto de 1667.

Vista del claustro (foto propia)

La fachada, que es lo primero que nos encontramos al aproximarnos a la obra, presenta un juego de concavidades y convexidades que, si bien es común en la arquitectura posterior, era absolutamente novedoso e impactante en aquel momento. El potente entablamento que separa los dos cuerpos de la fachada acentúa este movimiento. En el cuerpo inferior destacan tres hornacinas en las que se ubican las estatuas de San Carlos Borromeo, titular de la iglesia, y los dos fundadores de la orden trinitaria. En el cuerpo superior, en el que el juego de planos varía, destaca un medallón (que antiguamente contenía un fresco de la Trinidad hoy perdido) y una ventana bajo él, que proveerá de luz al interior junto con la linterna de la cúpula. El número tres (en referencia a la Trinidad), que se repite en la ordenación de la fachada aparecerá también en el interior de la iglesia.

Vista exterior. Se aprecia la fuente del Tíber (foto propia)

La planta de la iglesia, que para hacernos una idea de su tamaño cabría en el interior de uno de los pilares de San Pedro del Vaticano, es oval, con el eje mayor en la dirección desde la entrada hacia el altar. Dispone de tres altares principales, y presenta un increíble juego de planos cóncavos y convexos que modelan un espacio orgánico que parece fluir a la vista del espectador. El orden gigante de sencillas columnas, que se encuentra en el cuerpo inferior, dirige la mirada hacia la cúpula, también oval, sustentada en un entablamento que contiene, en diversos puntos, la cruz de la orden trinitaria como única decoración. La cúpula es un alarde de geometría. Tres figuras geométricas (hexágonos, octógonos y la cruz trinitaria) se funden y se van reduciendo de tamaño a medida que se asciende; dando una sensación de profundidad casi teatral; que se incrementa con la iluminación por la linterna (decorada con el triángulo símbolo de la trinidad) y por huecos ocultos a la vista en la base del tambor. Estos últimos huecos generan una alucinante visión cuando la luz entra a través de ellos, como si la cúpula flotase sobre esa luz. Es espectacular también la solución geométrica entorno a la ventana que describíamos en fachada. La luz que proviene de ella marca aún más la potencia geométrica del conjunto.

Sección (Sebastiano Giannini, 1730)

Vista interior hacia el altar mayor (foto propia)

Detalle de un altar lateral (foto propia)

Vista de la cúpula (foto propia)

Vista hacia la ventana trasera (foto propia)

La obra presentó además poquísimos problemas porque el dominio del arte constructivo de Borromini; que recordemos que había pasado por aprendiz, albañil, cantero y maestro; era tal que todo quedaba bajo su eficaz mando y organización, consiguiendo un alarde de belleza con materiales muy simples.

La fama de la arquitectura de Borromini corrió por Roma y por Europa como un río de pólvora y no dejó a nadie indiferente. Mientras a unos parecía una genialidad, otros la consideraban anticlásica y de mal gusto, entre ellos Bernini.

A partir de ese momento Francesco Borromini desarrollará un trabajo continuado que llegará a su culmen durante los once años (1644-1655) del pontificado de Inocencio X, que lo nombra su arquitecto oficial. Por sus manos pasaron obras como el Oratorio de los Filipenses, San Ivo alla Sapienza, la reconstrucción de San Juan de Letrán (catedral de Roma), el Palazzo Pamphili, el Collegio di Propaganda Fide, Santa Inés, etc. El éxito no sedujo a un devoto seglar que vivía con voto de pobreza y tampoco endulzó su carácter. Las relaciones con sus clientes fueron siempre tormentosas.

A la muerte de Inocencio X, su sucesor, Alejandro VII nombra arquitecto papal a Bernini, también de gran fama y de carácter y trato más afable, y Borromini va hundiéndose poco a poco en un aislamiento del que ya no saldrá. Sus enfrentamientos públicos con el exitoso Bernini; a quien consideraba un incompetente a raíz de una decisión de este sobre las obras de San Pedro que al poco tiempo se demostró que era equivocada; lo vuelven más taciturno y melancólico.

Por fin, el 1 de julio de 1667, la decisión de encargar a Bernini la tumba de Inocencio X (a la que él optaba), lo deja inmerso en un estado de profunda depresión e hipocondría. Se siente enfermo el día 22 y se recluye en su casa. En los días siguientes quema sus escritos, tratados, notas, bosquejos y proyectos, y cambia dos veces su testamento. El 2 de agosto, tras una discusión con su sirviente, encaja el pomo de su espada en un hueco del suelo y se arroja sobre ella, quedando herido de muerte. La noche del 3 de agosto de 1667 moría uno de los más grandes genios que ha dado la arquitectura universal, cuya obra hoy en día, sigue sin dejar indiferente a nadie que se aproxime a ella. Un arquitecto que en esta obra dejó soñar a los humildes ladrillos como pocos lo habían hecho antes, o lo han conseguido después.

P.S. Dejo un enlace con la página oficial de San Carlo alle Quattro Fontane. La versión en español está en construcción, pero la versión en italiano es fantástica.

Fernando Menis... Un soñador actual

Hoy toca hablar de uno de los arquitectos que, en los últimos tiempos, más está siguiendo Javier. Una de sus obras lo tiene maravillado. Confiesa que ha soñado con ella, viéndose a sí mismo recorriéndola encantado.

Se trata de la Iglesia del Santísimo Redentor, en las Chumberas, San Cristóbal de la Laguna, Tenerife. Es de Fernando Menis. Un impresionante arquitecto con los pies bien anclados en su tierra canaria, que nacida del cataclismo y de las fuerzas telúricas, transmite a esta obra en particular una solidez y una fuerza volumétrica impactantes. A esto hay que añadir la preocupación por la textura y el detalle en el uso de los diversos materiales.

Fernando Menis en Madrid, en una exposición dedicada a su obra

Fernando Menis, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1951, estudió arquitectura en Barcelona y tras una etapa (desde 1981 a 2004) en que forma equipo con Felipe Artengo Rufino y José María Rodríguez Pastrana Malagón, funda su propio estudio en julio de 2004. De su etapa como parte del equipo, destacar el "Magma Arte y Congresos" en Adeje, Tenerife. En solitario tiene obras impresionantes, pero la de la iglesia en especial, es una auténtica joya que pasará a la historia de la arquitectura religiosa.

Infografía de la Iglesia del Santísimo Redentor

Maqueta de la iglesia donde se aprecia su juego de volúmenes

Sección. A la derecha se aprecia el juego de rampas en el desmonte

La iglesia se empotra con la plaza que la circunda en un potente desmonte de una pronunciada pendiente, accediéndose a la plaza desde la zona inferior o haciendo un recorrido por una rampa en la pared del desmonte que permite ir contemplando el contundente volumen del edificio que se nos presenta. Es una aproximación al mismo que a Javier le evoca la del hombre al hecho religioso.

Dedicada a la resurrección de Jesús, su contundencia nos habla de la muerte en el sepulcro que se rompe en pedazos por la luz de la resurrección. La cruz, instrumento de tortura y muerte, se ha convertido en signo de vida y salvación. Una cruz de luz rompe una de las caras del volumen principal de hormigón armado que se separa del resto de volúmenes que componen la iglesia por franjas que, si bien en el edificio dejan entrar la luz exterior, en la teología del mismo parecen simbolizar la fractura del sepulcro para que la luz de la vida mane hacia el exterior para iluminar al mundo. Además, las franjas acristaladas iluminan los puntos clave de la iglesia en los que se celebran los sacramentos.

Infografía de proyecto, mirando hacia el altar

La cruz de luz fractura el muro

Franja principal de luz entre los volúmenes

Detalle de escalera de acceso a los despachos parroquiales

De la iglesia, cuyo proyecto data de 2005, se finalizó ya la primera fase de construcción y está en marcha la segunda. Existen muchas más fotografías del edificio en la red que pueden dar mayor idea del mismo. Dejo aquí el enlace a un vídeo fantástico de la iglesia.

Este solo ha querido ser el sencillo homenaje de un humilde ladrillo a la obra impresionante de un gran arquitecto que, además de soñar él, permite soñar a sus materiales para que sean gran arquitectura.

P.S. Fotografías propiedad de Menis Arquitectos, cuya página web recomiendo.

Burj Khalifa Dubai y la desmesura...

El pasado lunes día 4 de enero se desveló por fin el misterio. El edificio más alto del mundo era inaugurado con toda pompa y boato, y se desvelaba su altura definitiva... 828 metros.

El Burj Khalifa Dubai luciendo en toda su altura esta semana

Durante la ceremonia de inauguración el pasado 4 de enero

Los responsables iniciales del diseño han sido; el arquitecto Adrian D. Smith, junto con la firma Skidmore, Owings & Merrill. Un proyecto que ha evolucionado tanto en su desarrollo que nació para ubicarse en Australia con poco más de 600 metros y ha acabado con 200 metros más en el Emirato Árabe de Dubai, el país de la ostentación, el lujo y la desmesura... Y que ha tenido que ser rescatado de la quiebra económica y financiera por su vecino Abu Dabi.

Es evidente que, aunque sus diseñadores repitan hasta la saciedad que se han inspirado para la planta del edificio en los arcos árabes y la flor Hymenocallis (que se cultiva en la zona), este gigante de la arquitectura no responde para nada al principio que algunos estimamos como imprescindible de que la verdadera arquitectura debe nacer de la reflexión sobre el entorno en el que se ubicará. Más bien, el rascacielos es el paradigma de la arquitectura del "paracaídas" diseñado para "caer" en el lugar en que el hubiese acumulación suficiente de dólares y de vanidad humana para acometer su construcción.

Después del atentado contra el World Trade Center de Nueva York; cuya Torre 1 (con la antena) tenía una altura de 541 metros; el Taipei 101 era el edificio más alto del mundo con 508 metros. El Burj Khalifa lo ha superado de golpe en 320 metros.

La construcción en agosto de 2008 desde un helicóptero
(Fotografía de David Hobcote)

Obreros trabajando en enero de 2009

Sus datos me marean, como ya he dicho antes por lo desmedido. En su altura se albergan 160 pisos habitados y casi 40 de maquinarias e instalaciones. Contará con 1.000 viviendas, el primer hotel de siete estrellas del mundo, miles de comercios y oficinas, cuatro piscinas, un restaurante en la planta 122 y la terraza-mirador más alta que existe, en el piso 124... Se han empleado más de 330.000 metros cúbicos de hormigón, 3.140 toneladas de acero, 103.000 metros cuadrados de vidrio. Ha costado algo más de 1.500 millones de dólares, siendo la joya de un complejo residencial de lujo inconcebible que, cuando se culmine, habrá costado 20.000 millones de dólares y contará con el mayor y más exclusivo centro comercial del mundo...

Puede que merezca la pena reflexionar sobre la cara oculta del país y del rascacielos... Dubai vive de forma prácticamente exclusiva de la mano de obra de la población inmigrante que acoge y que es mayoría frente a los ciudadanos autóctonos. Los inmigrantes provienen del sur de Asia. Hindúes, pakistaníes, malayos, iraníes y demás, forman esa fuerza de trabajo. Marea humana sin derechos, que al entrar en el emirato debe entregar su pasaporte (por lo que les resulta casi imposible salir), que viven hacinados en barrios marginales, sometidos a una legislación laboral donde el empleador debe dar permiso hasta para poder conducir, que nunca obtendrán la ciudadanía ni albergarán la esperanza de que sus hijos nacidos allí la obtengan, ya que está reservada para los descendientes de las familias originarias del emirato (por parte de padre y madre).

El rascacielos lo han construido inmigrantes, dedicando más de 22 millones de horas de trabajo desde el 21 de septiembre de 2004 en que se inició, hasta el 4 de enero de 2010 en que se inauguró.

Como logro arquitectónico me parece que aporta poco y que además recuerda excesivamente a la imagen del Mile High de Frank Lloyd Wright. Como logro de ingeniería es espectacular y seguro que ha supuesto avances en el análisis de estructuras y ensayos de materiales que se podrán extrapolar a otras edificaciones...

Como "logro" humano me da vergüenza ver el nuevo icono, la nueva ciudad prometida, aislada e inaccesible de los más ricos del planeta, construida como siempre por los más pobres, a modo de nuevos esclavos. ¡Un poquito menos de altura y muchísimo más de decencia!

P.S. Las fotografías se han sacado de la red, de medios de comunicación y de la página web propia del edificio de la que dejo este enlace.

San Pietro in Montorio... Soñando con lo pequeño (2)

Vale la pena empezar 2010 recordando las emociones que a Javier le produjo ver un edificio al que él llama "lo más". Fue el verano pasado en Roma y, cuando lo contempló, dice que le produjo un estremecimiento indescriptible de la cabeza a los pies.

Dice que es lo más equilibrado, lo más bello, lo más monumental, lo más grandioso de la Arquitectura del Renacimiento y, sin embargo, es un edificio circular que apenas alcanza los 5 metros de diámetro interior y que no llega a 10 metros de diámetro exterior... No he dicho que fuese "grande", he dicho que era "grandioso" y, a pesar de ser uno de los templetes más pequeños de la historia de la arquitectura, San Pietro in Montorio (San Pedro en el Monte de Oro) es grandioso. Muchos críticos lo señalan como el inicio del Alto Renacimiento.

Imagen de Bramante

Donato di Pascuccio di Antonio, conocido como Bramante, había nacido en 1444 en una localidad próxima a Urbino, que en aquel momento era un señorío independiente en una Italia formada por un sinfín de micro-estados, muy distinta a la que hoy conocemos. Después de una formación que parece que estuvo en un principio más vinculada al dibujo y la pintura, se le encuentra a finales del siglo XV construyendo en Milán (otro estado independiente) para el duque Ludovico Sforza. Santa María della Grazie es un buen ejemplo de su arquitectura de entonces, en la que ya apunta la elegancia de su obra posterior, su preocupación por el espacio y por la perspectiva.

En 1499 Luis XII de Francia reclama su derecho al ducado de Milán y lo invade militarmente. Bramante, ya con 55 años, se traslada a Roma al quedarse sin su protector y mecenas. Con unos cuantos ahorros en el bolsillo pasa los primeros meses en Roma impresionado por las ruinas de la época imperial, estudiándolas con gran profundidad y detenimiento. Mide los antiguos restos y edificios clásicos y levanta planos acotados de ellos. Admira su belleza y proporción... Y se da a conocer en el ambiente artístico romano.

En 1502, los Reyes Católicos, para conmemorar el fin de la Reconquista con la toma de Granada en 1492, le encargan la realización de un templete en el patio de un convento franciscano que se levantaba en la colina del Janículo de Roma, llamada también Mons Aureus (posteriormente Montorio o Monte de Oro) por el color de sus arenas. El templete señalaría el lugar exacto en el que, según la tradición medieval, había sido crucificado San Pedro. Hoy se sabe que esa tradición era errónea y que el primer Papa fue crucificado junto al circo de la colina del Vaticano.

Estudio previo de Bramante de San Pietro in Montorio (Galería degli Uffizi, Florencia)
Grabado de la planta recogido en el tratado de arquitectura de Serlio
Grabado de alzado, planta y sección. Se puede ver la cripta bajo el templete

Bramante concibió un templete circular sobre una cripta inferior en la que se conserva la roca con el hueco en el que, en aquel entonces, se suponía que fue encajada la cruz de San Pedro. Se inspiró en los martyria clásicos y paleocristianos que había estudiado. Con un cilindro de gran potencia volumétrica, pero de pequeño tamaño, rodeado de una columnata de orden toscano de proporciones clásicas, el templete se eleva sobre tres escalones que le dotan de perspectiva.

Vista frontal del templete de San Pietro in Montorio (foto propia)

Aunque nunca se ejecutó el patio circular que Bramante proyectó a su alrededor y su cúpula actual no es la original, el conjunto sigue transmitiendo una monumentalidad, un equilibrio y una belleza inconmensurables, que en nada empañan su pequeño tamaño. Bramante proyectó y ejecutó este auténtico manifiesto de la Arquitectura del Cinquecento soñando con lo pequeño. Sus líneas austeras y contundentes, la ausencia de decoración superflua, su planteamiento espacial y volumétrico, y su proporción, hablan de la genialidad tardía de este inmenso arquitecto. El templete impresionó a toda Roma.

Vista lateral trasera. Se observan las escaleras que bajan a la cripta (foto propia)
Detalle del interior de la columnata (foto propia)
Vista vertical interior, si bien la cúpula no es la original (foto propia)

Esta genialidad no pasaría inadvertida para el cardenal Giuliano della Rovere, que en 1503 llegaría al papado como Julio II y que encargó a Bramante, además de los Palacios Papales, la nueva Basílica de San Pedro en el Vaticano, la obra más grande del siglo XVI. Bramante pasaba de lo pequeño a lo inmenso. La obra vaticana se inició el 18 de abril de 1506 con la colocación de la primera piedra según el proyecto de Bramante. Como bien sabemos, él apenas pudo terminar los pilares centrales de la basílica, pues falleció en 1514. Sin embargo sus trazados originales forman el cuerpo central de la misma. Rafael, Sangallo, Miguel Ángel y Maderno se encargarían sucesivamente de las reformas de los trazados originales y de la dirección de las obras hasta su conclusión el 18 de noviembre de 1626.

Trazado de Bramante para San Pedro del Vaticano

Bramante era el genio que supo otorgar idéntica importancia, dedicación y rigurosidad a soñar y proyectar lo pequeño, que a soñar y proyectar lo inmenso.